Después de vivir varios años, comencé a sentir interés por el saber hacer de la feminidad. Observaba como otras chicas con recursos físicos que no entraban en los estereotipos de belleza eran capaz de lucir o de mostrarse atractivas para los otros. Que si la sonrisa, que si el cabello, que si la forma del cuerpo o el tono de voz, aquello que las hacia tan únicas. Siempre estuve mirando a la feminidad como algo externo, como si estuviese fuera de mí.
Un día, una amiga y profesora de yoga y yo nos escribíamos por mensajes de WhatsApp. Por supuesto que le atribuía ese tipo de sabiduría sobre el qué hacer con lo femenino. Y le comentaba que una de las cosas que más me gustaba de la práctica era la posibilidad de sentir mi cuerpo y que después de cada clase me sentía con una energía distinta.
Esa energía que es propia del poder de lo femenino, de ser capaz de impulsar a cualquier persona a crear cualquier situación que desee. Con la práctica constante he podido vivenciar un estado yoguico. Es decir un encuentro con ese mundo interno del cual siempre había estado ausente y no sabía que estaba allí, comencé a experimentar una mente más silenciosa y de ver las cosas tal y como son. Permitiéndome así observar las múltiples características que poseo como ser humano. Eso me conecta con mi verdadera identidad y me permite aceptarme y a gozar de la vida con mis propias formas con las posibilidades que me brinda mi cuerpo físico.
Por ende descubrí las polaridades del cuerpo, las cuales al hacer yoga generan una danza armónica entre lo masculino y femenino. Y mirando a la feminidad con sus cualidades de suavidad, sus estados cíclicos, esa capacidad de conectarme con el entorno y la naturaleza, mirar con ternura y descubrir lo maravilloso que es poseer la capacidad de crear vidas en el útero y criarlas al salir de nuestro cuerpo. Es hermoso llevar la vida siendo consciente de la feminidad en la que estoy inmersa.
Cuando miro el recorrido en retrospectiva, comprendo como poco a poco he ido dándole un lugar mucho más valorado a mi propia esencia femenina. Lo cual me compromete a manejarme en el mundo de lo auténtico. Comenzando así a apropiarme de la sinceridad como un recurso para sostenerme en los tejidos sociales. Pues he comprendido que la unión con lo sincero es un regalo de libertad, es ese encuentro que me permite darme cuenta de cómo las situaciones cotidianas se van sanando y evitando así generar el sufrimiento a futuro a partir las acciones inconscientes.
Otro aspecto que deseo comentarles es que desde mi experiencia lo verdadero también está relacionado con la belleza, ya han de suponer que estoy hablando de esa que va más allá de lo estético y lo superficial, es un asunto mucho más sutil y armonioso, ese toque o ese rasgo que te hace ser única, y que hoy en día puedo reconocer en mí, aspectos que en otros tiempos era imposible que pudiera verlos.
Me encanta vivir conectada con la facilidad y flexibilidad, lo cual me brinda la fluidez del agua y me libera de la necesidad de controlar todo a mi alrededor. Permitiéndome ahondar en cualquier estado de mi propia existencia. Usaré una metáfora para describir un poco el manejo de la autenticidad: el agua de un estanque donde crece la flor de loto, es quien la sostiene sin necesidad de ser rígida, es capaz de nutrirla sin ser densa y sin desgastarse a sí misma. Y puede también ser transparente cuando está en calma, para observar hasta la raíz de la flor de loto.
Este encuentro con lo auténtico en lo cotidiano me ha dejado en un estado mucho más feliz y más llena de vida, más humana y menos perfecta.
Sat Nam
Psic. Rosario Espina
@charitoyoga
Prof. De yoga de Yoga At Home